martes, 3 de enero de 2012

Ego

Miré al espejo y me miró. Frío. Me pregunté en voz alta, ¿Quién eres? Tardé casi un minuto en descubrir que sólo yo podía-debía contestar esa pregunta. No sólo Quién eres, sino Para qué eres y Por qué eres. El espejo seguiría callado siempre y no servía mi nombre, los nombres no son lo que eres. Desnudé mi cuerpo para buscar mi alma y abrí el grifo de la ducha. El agua aún no salía caliente. Y yo no me conocía, encontré casi quinientas descripciones posibles y ninguna acertada. Él me miraba, o era yo. Cómo saberlo. Estuve solo y conmigo, nadie podrá atestiguarlo. Vapor. Seguí buscando mi alma dentro de mí, estará al fondo. Todavía no la encuentro. Agua. ¿Y si estuviéramos vacíos? Calor. Yo. Contesté la pregunta. Aquí es dónde me dio miedo, pues observé atento los matices de mi ego, alguno extraídos de lugares y otros modificados desde el tiempo. Imaginé al destino trenzando cuidadosamente al mismo azar y comprendí. Nadie más puede ser yo y yo no puedo ser otra persona. Aunque el espejo si. Sólo el espejo.

¿Tú quién eres espejo?

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