jueves, 28 de julio de 2011

Intenta mirar el escaparate

a Cristina.


De pie, apoyada en el saliente de un escaparate, inmóvil. Parpadeó lentamente cambiando el foco de su visión hacia ti, imaginando así tu tacto. Pasaste a su lado e inocentemente respondiste a su mirada. Ella no volvió a parpadear. Llenaba sus ojos con los tuyos, siguió mirándote, incansable. Mientras inspiraba el rastro de tu perfume imaginaba tu sabor en su lengua paralizada, dentro de su jugoso paladar. A tu paso giraba su cuello, como si de una danza secreta y lenta se tratara, y así, ella no te perdía de vista. Dejó de respirar cuando te alejaste por miedo a introducir en su olfato algún olor distinto al tuyo que pudiera alterar el recuerdo de tu perfume.





Y así lo enamoraste sin que lo supieras. Él volvió a pasar cerca y pudiste respirarlo otra vez. No vio el escaparate, porque con tus ojos le comías las pupilas. Antes de que doblara la esquina comprobó que ya no le mirabas. Bajaste la vista para deslizar tu pie fuera del tacón y palpar sus pisadas. Descongelaste el suelo y ardió la suela de su zapato. Él imaginó que lo tocabas, se sonrojó y le humilló que se le erizara la piel.

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